miércoles, 17 de noviembre de 2010

The National - Alligator (2005)

Cuando la gente me dice "esto tiene que salir bien", a mí me da una especie de depresión, un desasosiego ansioso, como si me acabaran de dar una pésima noticia. Tengo metido en la cabeza eso de "hacerlo bien" y tengo también metido en el alma no poder sentir que es suficiente una vez que está hecho.

Cuando este vicio se te cuela a las cosas que realmente te importan como tus actividades, tu trabajo o tu relación, como que se convierte en una forma autodestructiva de afrontar los errores. Pasa que trato y trato de hacerlo bien y por alguna razón nunca puedo. Supongo que nadie me enseñó cómo. Hoy pensaba: si esto es lo más importante de mi vida, se merece que por una vez, aunque sea esta, haga todo bien. Pero ocurre que, como es lo más importante de mi vida, no basta hacerlo bien una vez, se trata justamente de lo contrario: dedicarle una vida haciendo las cosas lo mejor que pueda. ¿Pero es bastante?

Me vine a casa con la pregunta en la cabeza y puse este disco, que es uno de mis favoritos. The National es una de mis bandas preferidas también. Sus discos están casi siempre plagados de personajes que son sombras de sí mismos: perdedores, hombres de metrópoli con trabajos aburridos, sujetos que lo hacen todo mal y no entienden por qué diablos. Sus tres últimos discos me parecen todos brillantes, pero el Alligator es el que he calificado con 5 estrellas en mi lista personal.

Se trata de una especie de post-punk "raro", música llena de una energía especial, de una ironía y una forma de afrontar la composición que es también una forma de afrontar la vida. Lo mismo puede el extraordinario vocalista Matt Berninger estar cantando de un romance pasajero o de la sociedad contemporánea: todo parece encajar en el mismo rango de sonidos, juegos y palabras que crea esta banda absolutamente maravillosa. Y ese disco en particular posee una potencia incontenible, como un vórtice sónico del que puede asomar la melancolía abisal o la energía de la pasión. Pero sin duda, lo más especial es que se trata de un disco sobre observarlo todo a través de ese vórtice, como si no hubiera más remedio.

Ya desde el comienzo, en "Secret Meeting", estamos advertidos, Matt Berninger es la clase de hombre que tiene reuniones secretas en el sótano de su cerebro. Poco antes de la mitad del disco, una de las canciones más perfectas que conozco: "Daughters of the SoHo Riots", un himno glorioso a los momentos decisivos en que huir es la única forma de volver a ver, esos instantes en los que descubrimos que el amor puede ser terriblemente inoportuno en sus tiempos, pero por alguna razón es siempre bienvenido. E inmediatamente después, la canción que hoy me tiene dando vueltas a mi idea de las cosas bien hechas: "Baby, We'll Be Fine". Una canción sobre un hombre que, quizás, no logra hacer nada del todo bien. Que necesita encontrar consuelo en las pequeñas cosas, en los detalles, en las palabras de alguien más. Y que, en medio de su felicidad, en medio de la certeza de su fe, solo puede decir "lo siento, lo siento por todo". ¿Pero no es ese finalmente un supremo acto de amor?

No sé. Mi disco seguirá animándome. Cada una de estas canciones, pasando por la irreverente "All the Wine" hasta "Mr. November", uno de los mejores cierres de disco que conozco, son parte de mi vida como un tatuaje de las cosas que siempre quise hacer bien, las que nunca empecé, las personas que defraudé y aquellas a las que no quiero decepcionar nunca. Alguien me dijo una vez que yo podía ser muchas cosas, pero definitivamente no una víctima. Pero pasa que uno puede ser también la víctima de sí mismo. Que quiero hacerlo todo bien y solo sé ponerme cabe. Que, tal vez, lo único que quiero es decirle a alguien lo mucho que me importa. Y lo único que me sale es pedir perdón. Y, como en mi canción de esta noche, esa es la única clase de perfección a la que sé aspirar.


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