lunes, 21 de febrero de 2011

Radiohead :: The King of Limbs (2011)

Hay algo que las reseñas tienen en común: tratan de encontrar el espacio objetivo dentro de la gran subjetivización del arte. No es tan imposible como suena. Algunas formas artísticas están sujetas a características propias innegables. Tiene que ver con cómo el cuerpo percibe la intención del artista. Pesadez o ligereza, densidad o simplicidad, orgánico o mecánico. Ese gesto más o menos objetivo suele ser el punto de encuentro para empezar una reseña porque a partir de ahí es que se analiza la parte subjetiva, la forma en que se nos entrega el objeto artístico. Bien, creo que yo nunca podría escribir así sobre el arte. No porque niegue su análisis desde una perspectiva más universal (eso sería objetar la existencia de la literatura, la música y el arte como disciplinas válidas). Sino que, para mí, el arte está siempre asociado a mi propia interpretación subjetiva del mundo, al menos eso es lo que yo trato de hacer en las reseñas que he escrito. No tanto como una reseña del disco, sino una reseña de la persona que soy cuando lo escucho.

Esta apropiación del arte es, en cierta forma, el fin propio de la obra una vez que ha sido publicada. Y si escribo así no es por una búsqueda personal de significado o para encontrar puntos en común con otras personas que puedan escuchar lo mismo que yo. Es quizás algo mucho más simple. Una forma de recordarme las cosas que me ayudan a sobrellevar mejor la vida. Y una de ellas es la música.

Puesto esto en claro, creo que este disco es un paradigma de eso. Toda la obra de Radiohead lo es. Su discografía es complejísima y variada, llena de experimentos y logros épicos. Cuando Radiohead anuncia un disco, sabemos que la experiencia de oírlo no es igual a la de ninguna otra banda. La expectativa previa, esa relación estrecha entre su música y los aspectos visuales de cada composición, el mismo sistema de distribución de su música, todo ello conllevan una participación muy vivencial del oyente, una necesidad casi sine qua non de completar la música con la subjetividad interior propia para que las canciones cobren verdadero sentido.

The King of Limbs no es la excepción. Hay una sola cosa sobre la que todos parecen coincidir: es un disco muy diferente a lo anterior. Es una especie de híbrido de In Rainbows y Kid A, pero no se parece a ninguno de los dos. Es Radiohead siendo Radiohead en 2011. Es un sonido espectral, terriblemente denso. Lleno de modernidad, de amalgamas sinfónicos que coexisten como aprisionados en un agujero negro mecánico demasiado pequeño para contenerlo todo. Siempre al borde de una explosión, como si nadie pudiera resistir por demasiado tiempo el antagonismo entre lo orgánico de las melodías y lo mecánico de su tratamiento por momentos. Es, al fin, un disco que sintetiza lo universal y lo íntimo.

Mi hermano hoy le dio a otro amigo un consejo que me pareció muy pertinente: "antes de comprar el paquete completo (la versión física), escúchalo. Es muy diferente y podría no gustarte". Lo cual es interesantísimo por dos cosas: en primer lugar, esa duda intrínseca, aun desde la perspectiva de alguien que amó el disco desde el comienzo hasta el fin, de que puede tener detractores fácilmente. Y segundo, que es un disco que se debe escuchar, porque es demasiado personal como para guiarse de recomendaciones ajenas. Eso sí. Solo Radiohead puede hacer un disco que te hace hablar de todo lo que significa el arte, la música, escuchar un disco, vivir.

Dicho esto, solo me queda ir a los puntos clave. Lo he oído varias veces desde ayer que fue la primera experiencia. Y me encanta cada vez más. El nuevo sonido de Radiohead, esa especie de electrónica-orgánica-ambiental es un universo aparte. Radiohead es uno de los pocos grupos capaces de decir: "oye, se puede hacer música del hoy" en un momento donde el mainstream está tan asociado con revivir sonidos de décadas anteriores. El disco abre con "Bloom", una canción donde siento que estoy caminando rumbo a un mundo extraño y sombrío, algo así como una versión moderna del pueblo de Silent Hill. Pero luego la canción se desdobla en una especie de convulsión de sonidos contenidos, como un microcosmos. Mención especial para "Little by Little", una canción que brilla especialmente por sus ritmos y su atmósfera claustrofóbica, donde la voz de Thom Yorke parece buscar salidas de un mundo que es una prisión enorme e inexpugnable. "Lotus Flower", el primer sencillo del disco, es sencillamente brillante. Una canción que me recuerda a momentos del Amnesiac, pero con los ritmos frenéticos de "15 Step". Es también rítimicamente impecable y melodiosamente pegajosa. Me gusta mucho esa sensación de que la voz de Thom Yorke brille tanto más que en los últimos discos. Hay una madurez en el sonido que sencillamente mata en los momentos decisivos. Como la que es (solo hasta ahora, supongo) mi canción favorita del disco: "Codex". No había sentido ese dolor desde "Pyramid Song" o "How to Disappear Completely". Es una canción desgarradora un himno a la resignación, a la muerte interior, a la desesperación del sufrimiento cuando no sabemos cómo detenerlo. Hace muchísimo tiempo que no oía una canción que pudiera llevarte instantáneamente tan cerca de las lágrimas y la emoción. "Give Up the Ghost" y "Separator" se vuelven cada vez más intensas con la repetición, algo que es sencillo concederle a este disco que solo dura 38 minutos en 8 tracks.

Quizás estos discos son los más difíciles de analizar. Sus puntos objetivos dependen tanto de una serie de variables totalmente subjetivas que el filo de error para chocar con otras opiones es enorme. Pero es también la clase de arte que más disfruto, porque es arriesgado, sincero y entregado. Y porque, claro, es también el más fácil de apreciar. Digan lo que digan, opinen lo que opinen, piensen lo que piensen, es un disco que solamente quedará en uno mismo. El tiempo quizás lo convierta en un clásico o lo olvide. Pero nosotros, en nuestra propia concepción del tiempo y de nuestras vidas, encontraremos un espacio para él que nadie más podrá llenar. Y eso, eso que tanto odian los críticos elitistas y los amantes del canon, es lo más especial del arte y de la vida. La capacidad de emocionarnos con lo que sentimos que fue hecho única y especialmente para nosotros.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Belle & Sebastian - If You're Feeling Sinister (1996)

Algunas veces nos encontramos cara a cara con la verdad. Supongo que pasa porque nos mentimos todo el tiempo. Algunas veces uno se siente en la cima del mundo, dice las palabras exactas, escucha lo que quiere y convierte esos momentos en una especie de proyección hacia el futuro con el que soñó siempre. Entonces aparece la realidad: somos asfixiantes, horriblemente sobreactuados, un enemigo de nuestras propias buenas intenciones. Odio esa sensación. Odio descubrirme debajo de mis propias emocionalidades, descubrir que me doy espacio para confiar y que, al final, vivo engañado por mis propios deseos de esperanza. Esos momentos son eso tan siniestro de lo que habla este disco.

Sin duda alguna, creo que estamos frente a una de las más grandes proezas musicales de las últimas décadas. Pocas veces una banda consigue aislar en un solo disco historias de adolescentes con problemas, crisis de fe, disyuntivas sexuales, problemas de universidad y, sobre todo lo demás, la sensación de que todo es terriblemente vano. Son canciones tristes, no en el sentido en el que la tristeza se equipara con la pesadumbre, los tiempos prolongados y las melodías apagadas. Stuart Murdoch es mucho más brillante que eso. Estas canciones son tristes porque nos hablan de la realidad que vivimos evadiendo todo el tiempo. De cómo todos los escapismos son placebos que no pueden durarnos demasiado tiempo.

Reseñar este disco 15 años después de su aparición significa hacerle una especie de homenaje, quiérase o no. Es casi imposible hablar de él sin añorar. Porque al final es también el alma del álbum: ese deseo de aferrarnos a momentos que sabemos van a terminar. Puede ser un gran libro, o un instante de perfecta devoción, o un fin de semana de sexo casual. Todo lo fugaz, la juventud, la escuela, un viaje en tren, es una excusa para reencontrarse con esa esperanza, vivirla al máximo y dejarse luego llevar por el dolor. Quizás el más grande paradigma es "Mayfly", que recibe su nombre de una mariposa que en castellano llamamos "efímera", pues solo vive 24 horas y su único fin es procrear para prolongar la existencia de la especie. No es extraño que sea referencial a la virgen María, Stuart Murdoch es también conocido por ser un católico más que aplicado.

Hay dos grandes caminos en este disco. Primero, el disco arranca con la fabulosa "Stars of Track and Field", una de las canciones más brillantes que ha compuesto la banda. Las vocales de Murdoch dan inicio al disco casi sin querer, como haciendo lo único que se puede hacer cuando todo va cuesta abajo. Pero luego la música triunfa sobre la cadencia y para el momento en que estamos sumergidos en el tema hay una explosión vital que "celebra" la victoria de lo mundano sobre lo espiritual. El segundo camino empieza recién en la cuarta canción, "Like Dylan in the Movies". Otro tema brillante. La nostalgia brilla en un tema que puede no tener las explosiones momentáneas de los anteriores, pero que posee una fuerza interna capaz de causar un cataclismo emocional en el oyente. El problema es que, una vez que este tema termina, no tenemos otro referente verdadero de la tristeza en su estado puro. Ni "Fox in the Snow" ni "The Boy Done Wrong Again" ni la canción que da título al disco alcanzan ese estatus de himno. Sobre todo aquellas dos, son más bien asfixiantes por momentos. En cambio, el primer camino sigue firme con "Get Me Away From Here, I'm Dying" y, sobre todo, con "Judy and the Dream of Horses", uno de los cierres más brillantes que he oído en ningún disco.

Y sin embargo, 15 años después, son también esas canciones las que me parece que hacen a este disco perfecto. Porque la brillantez musical no es solo la capacidad de hacer buena música, sino de sentirla. Y canciones como "The Boy Done Wrong Again" me parecen un ensayo perfecto a la imperfección: una canción con sus propias fallas y sus propias carencias, pero que se convierten por ello en un himno perfecto de esa sensación espantosa de saberse totalmente miserable ante la realidad que viene a pasarnos la factura de haber sido felices por un rato. Cuando Murdoch canta "On Saturday I was an angel shining fair./You shone louder, longer, you put my shine to shame. Put me to shame now", y cuando completa con una línea tan trágica como "what is it I must do to pay for all my crimes?/What is it I must do? I would do it all the time", sé que estoy ante la imagen misma del dolor, de la desolación que uno solo puede sentir cuando se ha atrevido a vivir más de la cuenta, a amar completamente, a exponer hasta sus lados más fallidos en la esperanza de que sean amados tanto como nuestros aspectos más hermosos.

Quizás para mí nunca funcione. Pero sin duda alguna, yo amo este disco con todos esos momentos que me recuerdan lo sencillo que es volverse siniestro para las personas que amamos. Veo su vulnerabilidad como quisiera que alguien pudiera ver la mía. Y mi amor entonces se vuelve algo tan sincero y humano como mis momentos de dolor, cuando me siento verdadera y solitariamente siniestro.

jueves, 10 de febrero de 2011

Christina Rosenvinge - La joven Dolores (2011)

Ayer tuve una conversación acerca de las vocales femeninas. La conclusión fue que las mejores vocalistas son siempre diferentes, no una voz que trata de amoldarse al concepto de "mujer cantante". Yo ponía de ejemplo a Joanna Newsom, a Beth Gibbons, a Jenny Lewis o a Bilinda Butcher entre otras. Por la noche, escuché este disco y me pregunté por qué cuernos trataría esta mujer de convertirse en algo que nunca fue: una cantante pop del gran montón.

Christina Rosenvinge tiene algo que siempre me ha llamado la atención muscialmente hablando. De este disco no sabía que esperar, no oía nada de ella desde hace mucho. Pero el Continental 62 y la canción "Humo" de ese desafortunado disco a cuatro manos con Nacho Vegas son razones de peso suficientes para tratar. Pero cuando uno tiene claro que una compositora tiene la capacidad musical de esta mujer, además de su experiencia, espera cosas un poco más elevadas.

El disco arranca con "Canción del eco", una versión propia del mito de Narciso, la verdad, brillantemente compuesta. La ejecución es también muy buena, solo que, ya que hablamos de Nacho Vegas, es terriblemente similar a su música (Christina lo ha nombrado varias veces como una de sus influencias). Lo cual no tendría nada de malo si no fuera porque la canción tiene un arpegio que recuerda muchísimo a "Al norte del norte". Sin embargo, creo que es una canción lo suficientemente buena como para obviar ese tipo de comparaciones. El problema es que el disco no sigue una lógica de ideas. Lo que sigue son algunos intentos pop que tienen más de esfuerzo que de inspiración. De acuerdo en que "Jorge y yo" es tierna, pero es extraño ver a Christina apegándose mucho al pop y tratando de mantener un lugar seguro en un género donde ya se ha hecho tanto. Su voz gana siempre con lo difuso, con los ambientes misteriosos y cuasi-oníricos, con la incertidumbre y la vulnerabilidad. Cuando se asienta en melodías bien trabajadas pero sin rumbo alguno, parece que estuviéramos frente a un disco prefabricado, donde todo está diseñado para no fallar, pero no para acertar. Entonces llega "Tu sombra", una canción pulida perfectamente, donde todo parece recobrar cuerpo: la voz, ese ambiente folk que tan bien le sienta al estilo que quiere desarrollar, los susurros breves y seductores de una música que parece emerger de los paisajes que describe. Cuando empieza la duplicación de voz, la extraña sensación claustrofóbica en una evocación del mundo exterior es simplemente sublime.

Luego de eso, no hay mucho más. El bajón es terrible después con "Weekend" y todo lo que sigue. Partes habladas que no calzan, más pop acústico bien ejecutado que no tiene ningún tipo de ambición, colaboraciones en francés que arruinan más de lo que arreglan y sobre todo la terrible experimentación de "La noche del incendio", que prueba que las cosas a medias no van: si quieres hacer electrofolk, es mejor que seas Juana Molina. El cierre del disco, "Debut", es quizás el único gran acierto en las canciones más poperas, donde queda en evidencia que Christina es una compositora muy elegante cuando quiere, capaz de dar soluciones reales a sus propios conflictos musicales.

Desde luego, todos los cambios generan polémicas, pero creo que hay formas de hacerlo sin caer en las trampas propias. Porque La joven Dolores termina siendo un disco sin identidad propia, algo que siempre ha caracterizado a la música de Christina Rosenvinge. Y al final, afinando un poco la gramática de mi teoría inicial, lo que crea a un gran vocalista no es ese "ser diferente", sino esa capacida de crear una identidad propia que no atenta contra sí mismo ni contra su capacidad de insertarse en el mundo. Una identidad que, le guste a quien le guste, no necesita de concesiones para ser amada por quienes la reconocen.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Primal Scream - Xtrmntr (2000)

Todos los deseos primales de una persona tienen que estar en su inconsciente. Algo así como la parte más animal y salvaje que tenemos, el lugar desde el cual imaginamos cómo hacemos pedazos a alguien porque nos metió la combi, porque nos asaltaron, o simplemente porque se metió con la persona equivocada. Lo interesante es que nuestra cultura ha evolucionado hacia un punto racionalmente "ideal" en el cual tenemos normas que regulan esos instintos por nosotros. Sincretismo aparte, siempre he pensado que la evolución de nuestra sociedad también ha hecho que muchos de estos instintos se vuelvan considerablamente más peligrosos cuando una persona es incapaz de mantenerlos dentro. Que toda la rabia, el odio y el deseo de destrucción instintivo se pueden volver un verdadero infierno para quienes no saben canalizarlo, y que, en un mundo como el de hoy en día, llevado a una escala mayor, crea violencia a niveles que horrorizarían a nuestros antepasados más bárbaros.

En fin, creo que de eso se trata este disco. De la violencia actual, del deseo interno que todos tenemos de cargar una ametralladora y dispararle a la persona que más detestamos hasta que no le entren más balas en el cuerpo. Y de cómo es más sano hacer buena música al respecto que ir a la tienda por una AKM. Primal Scream propone un giro que luego abandonaría (para mal según la opinión de muchos): el electro-rock, un género que definitivamente le va muy bien al espíritu de la banda y mejor aun a la temática que aborda el álbum.

El disco empieza con la fantástica "Kill All Hippies" (ah, ¡si solo dijera "Kill All Poets"!) y continúa con sus temas distópicos ("Accelerator", "Exterminator"). Luego llegan los platos fuertes: la extroardinaria "Swastika Eyes", un himno electrónico a un tipo de violencia muchísimo más íntima y desgarradora. Y luego mi favorita (al menos hoy), "Pills". Si un par de minutos de gritar "fuck" y "sick" a voz en cuello con Bobby Gillespie no son la catarsis perfecta, no sé qué lo es. Puede que la parte final se extienda ligeramente de más... quizás este disco sería perfecto sin la segunda versión de "Swastika Eyes", que bien pudo entrar como un lado B en alguna otra parte

Pero entre una cosa y otra, estamos ante un disco brillante, innegablemente violento (vamos, 3 de las 11 canciones tienen la palabra "kill" en sus respectivos títulos) y definitivamente motivador si se trata de poner algo distinto el viernes por la noche camino a la fiesta. Todo lo cual me lleva a pensar que, si efectivamente la violencia actual es más retorcida que la que llevamos por naturaleza, este es no solo un disco del hombre moderno, sino también del hombre real: la música es algo que percibíamos aun antes de entender el lenguaje. Entonces todo lo primal en nosotros puede encontrar un equilibrio y quizás, aunque no sea lo más agradable del mundo, podamos perdonar a los pobres idiotas que vienen a fastidiarnos el día.

martes, 1 de febrero de 2011

Broken Social Scene - Broken Social Scene (2005)

Ayer vi cómo una ventana se caía desde un quinto piso. Con marco y todo. El sonido que hizo cuando el vidrio chocó contra el piso y estalló fue relajante, la verdad. Más tarde, cuando bajé al estacionamiento, donde estaba el cadáver de ventana, me puse a pensar en cómo todos esos fragmentitos habían sido capaces de fusionarse hasta convertirse en un solo bloque inmóvil.

Broken Social Scene es un grupo genial. De eso creo que no cabe duda alguna: son 17 personas tocando juntas sin estorbarse. Tienen ideas claras y otras no tanto. Momentos de verdadera genialidad y minutos en los que no sabes bien qué es lo que estás escuchando. Su segundo disco, el You Forgot It in People, me parece una verdadera obra maestra. Pero una obra muy distinta a este disco homónimo que me propongo reseñar. El grupo pasa de una especie de cohesión interna al completo caos musical, pero en un sentido sumamente positivo.

Con tantos integrantes y tantos sonidos dando vueltas a la vez, estamos ante composiciones en las que siempre, siempre está ocurriendo algo. Casi como si los 17 miembros de BSS estuvieran dando vueltas alrededor de tu cabeza tocando sus instrumentos y tú no supieras a cuál mirar. Pero si en el YFIIP la cosa era tocar como uno solo, en este disco homónimo la dispersión es la clave para encontrar el sonido. Y no creo que sea algo sencillo de hacer. No cualquiera puede tener una ambición fragmentaria sin empezar a perder completamente el foco.

El disco arranca con una canción que ya anuncia toda la intención experimental, "Our Faces Split the Coast in Half". Y yo creo que sigue habiendo una clara influencia post-rock detrás de todo esto, muchas veces las vocales funcionan más bien como fondos simultáneos, como solo una de las muchas cosas que ocurren en todo momento. En ese sentido, Broken Social Scene siempre me ha hecho recordar a la música clásica. Ya más adelante el disco alcanza una especie de pico con "Handjobs for the Holidays" y "Superconnected". Luego, a falta de un mejor adjetivo para calificar la extraordinaria canción que cierra el álbum, habrá que llamar épicos a los casi 10 minutos de "It's All Gonna Break", cuyo final encuentro sencillamente genial, porque añade también una especie de simpleza casi antinatural después de más de una hora de laberintos sonoros.

Vivimos en un universo finito y curvo, donde toda dispersión tiene que concentrarse nuevamente. Pero Broken Social Scene no está pensando en cómo reunir sus pedazos, sino en hacer arte del caos, en lo sublime de cada pieza, cada instrumento, cada compás. Una ventana en su marco es solo eso, pero una explosión puede llegar a ser arte si la vemos con suficiente detenimiento. Y entonces es que descubrimos que la vorágine del azar nos da una libertad única, casi utópica: la de reconstruir el mundo entero a nuestro antojo. Este disco es la arquitectura de 17 músicos que saben con certeza que no importa si se trata de una ventana que cae o de una sociedad completa: todo, tarde o temprano, se termina por romper.