jueves, 7 de octubre de 2010

Women - Public Strain (2010)

Amo el ruido. El origen de todos los pensamientos y emociones es algo así, un sonido casi inaudible, la perfecta reverberación de la disonancia. A veces, cuando todo anda peor que mal, tienes el deseo de fundirte en la música, acunarte, calmarte, consolarte de alguna forma. Esas veces escuchas música calma, que te transporta lejos. Otras veces necesitas desahogar y entonces todo cobra la forma de la violencia y los golpes de guitarra. Pero algunas veces lo mejor es descansar del pensamiento, quitarse carga. Y esas veces el ruido es la mejor solución de todas.

Y es que el noise tiene una facultad que no posee ningún otro género: la simultaneidad. Una de las características que hicieron legendario el Loveless, por ejemplo, tiene que ver con la ruptura del tiempo y del espacio: no podemos distinguir a ciencia cierta dónde aparece un instrumento, dónde otro, dónde irrumpe la percusión. Todo se condensa, se mezcla, se funde en un gran vacío voluminoso donde solo queda la presencia de la melodía y el ruido amalgamados. En ese sentido, el último trabajo de Women es un avance notable con respecto al disco anterior. Si en el primero se había trabajado a dos niveles, el ruido y la melodía no habían alcanzado el punto exacto de fusión. Esta vez, sin embargo, son dos caras de la misma moneda.

Es un disco que gana por su capacidad introspectiva, que solo ocurre cuando queremos sumergirnos realmente en la música. Es como ver los problemas que uno tiene marchar ante uno, esa perplejidad y esa bruma que nos pesa tanto, flotando y mezclándose. No dejan de ser igual de confusos o igual de dolorosos, pero al menos nos hallamos ante algo que los representa. El ruido posee esa cualidad de mezclarlo todo, romper los límites, desordenar, subvertir. Y nosotros tampoco podemos discernir entre lo que separaba la música de nuestra propia vida.

Un disco definitivamente rico en texturas, sonidos y creatividad. Un disco de esos que salvan porque, durante poco más de 40 minutos, el exterior se convierte en el interior y viceversa. Y en un mundo donde todo se congrega, no podemos menos que sentirnos aliviados de que nuestras cargas sean también parte del ruido y no de nuestro maldito silencio interior.

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